Hoy es (triste) noticia la isla de Madeira. Ello me ha traido a la mente un post que tenía escrito y pendiente de publicar. La verdad es que acojona ver las imágenes de todo inundado a lo bestia, y no deja de ser paradójico porque la riqueza de la isla está en el agua... En fin, con un recuerdo a los que se ha llevado las riadas ahí va la crónica. No os daré muchos detalles de qué sitios ver, porque se pueden encontrar en cualquier guia turística, de ahí el título de la entrada.
Relacionada con la brillante crónica que Luismi nos hizo sobre La Palma, os hablo de otra isla igual… pero diferente: Madeira. Viene a ser algo así como lo que será La Palma dentro de 50 años (aunque sin observatorio astronómico), y esto es porque lleva explotándose turísticamente desde el siglo XIX, cuando acaudalados británicos la hicieron su lugar de descanso, y en muchos casos de residencia, animados por la fertilidad del suelo. Baste decir para hacerse una idea del progreso, que el aeropuerto está construido sobre el mar, y que todos los grandes pueblos tienen WiFi gratuito.
Como La Palma, es una isla volcánica joven, de orografía muy abrupta y un clima que hace crecer las plantas como el mismísimo demonio. Sin embargo, es una isla rica, con una gran autopista por el borde del mar que es una sucesión de viaductos y túneles a cascoporro. Lo que aquí se tarda en hacer 15 minutos, en La Palma llevaría una hora y media (no es coña, lo he comprobado). Eso sí, como te salgas de esa autopista prepárate para sufrir unas carreteras por donde las cabras tienen que ir con arnés, aunque el paisaje merece la pena. También hay cinco o seis teleféricos. Por cierto, en La Palma, como no tienen carreteras, han buscado un curioso medio de transporte alternativo: http://es.wikipedia.org/wiki/Salto_del_pastor.
La capital, Funchal, es una gran ciudad muy extensa, de tráfico caótico y un centro curiosote, con una zona muy extensa (el Lido) de hotelazos del copón. Para frikis de la arquitectura, mencionar que uno de los mejores es de Oscar Niemeyer. Lo más bonito son los jardines que hay en las faldas del monte Monte (así se llama, no es muy original). La isla es famosa por sus flores, que se exportan a todo el mundo (hay mercadillos por todas partes) y frutas, aparte por supuesto del vino de Madeira, cabezón donde los haya.
Una opción muy recomendable para los andarines es caminar por alguna de las muchas levadas. Son antiguas acequias construidas para llevar agua desde las montañas hasta las ciudades, por lo que no son complicadas (apenas tiene pendiente) y molan. Hay muchas y están bien explotadas. Es visita obligada la espectacular Punta de São Lourenço, unos riscos que se meten en el mar varios kilómetros y que al atardecer y con un buen polarizador salen en las fotos que da gusto. Otro sitio que mola es Cabo Girão, el acantilado más alto de Europa (más de 600 metros casi a plomo), en medio del cual aparecen pequeñas terracitas cultivadas donde sabe Dios cómo llegarán. Al pie de este acantilado está la Faja dos Padres, por los padres Jesuítas, antiguos propietarios de esta actual hacienda de agroturismo, donde lo mismo te alquilan una habitación que te ponen a recoger mangos. La consabida cueva visitable que todo destino turístico debe tener está en San Vicente, al norte (más o menos una hora desde Funchal).
Si quieres ir de playa hay dos opciones: coger un barco a la isla de Porto santo (45 minutos), donde hay una playa de 10 km cojonuda, o aguantarte y no ir, porque en Madeira no hay NI UNA. Lo que sí que hay son piscinas naturales, que se hacen en las rocas con cuatro piedrajas. Las más resultonas son las de Porto Moniz, donde también hay un acuario pequeñín. En algún otro pueblo al sur hay playas de arena artificiales, donde la verdad es que no fuimos.
Esto es habitual: colocar un pequeño invento turístico en algún pueblillo, que sirven de excusa para desplazarte a esos sitios donde de otra manera no irías. Por ejemplo, el parque temático de Maderia en Santa Cruz, o el parque etnológico en Camacha. En Serra de Agua, pueblecillo en medio del monte, hay un restaurante-piscifactoría de esos que pescas el pez y luego te lo comes.
En resumen: una isla muy preparada para el turismo, donde pasar una semana sin aburrirse ni un minuto; nosotros estuvimos cuatro días y no nos sobró ninguno a pesar de la lluvia y llevar cochecito de niña (y la niña). Es mejor en primavera u otoño para que no haya tanta gente. Buena comida y no muy cara, y buena bebida si te gusta el vino dulce. Otra cosa es lo que haya quedado de todo esto después de las riadas...
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