22 de junio de 2006
Ayer comí pizza. Hecho extraño, aunque pueda parecer lo contrario, y es que es tan solo la segunda vez que lo hago en este país, a pesar de ser la cuna de tan conocido alimento. Aquí abro un paréntesis para indicar que aunque mucha gente piense (los americanos incluidos) que la pizza es italiana, en verdad es americana, de los barrios pobres de New York, donde los emigrantes, italianos en su mayoría, eso sí, echaban encima de una masa de harina las sobras de comida, intentando alargarlas lo mas posible. Si a esto añadimos que la pasta la trajo Marco Polo de Oriente, que el arte y los dioses romanos son griegos, etc, etc, resulta al final que lo único que es propio italiano es el Papa. Uy, no, que ese es alemán...
En fin, volviendo a lo gastronómico. Sólo había comido antes una pizza, en un sitio al lado de casa de unos amigos, que daban una familiar de queso por 5$. Aunque en palabras de Giorgio "caliente no esta mal, pero si se enfría no diferencias la pizza de la caja". Esa no cuenta, así que vayamos a la porción que comí en un restaurante de Nueva York.
Para introducir lo que fue mi aproximación a tan típico evento, os voy a contar una escena real que viví en esa ciudad, para que sirva de parábola e iniciación a lo que vendrá después. Nueva York, dos mil y seis. Una señora viene por la calle con un trozo de pizza de la mano y se acerca a uno de los escasos cubos de basura que hay. Hace un movimiento y acerca la pizza al cubo. Cuando creo que la va a tirar lo que hace es sacudirla un poco para que caigan unos chorros de grasa. No se si me sorprendió mas lo cívico de la mujer no tirando la grasa al suelo, o lo poco que la quedaba de vida ante el veneno que tomaba.
Pues yo ayer, valiente y aguerrido, me metí entre pecho y espalda una de esas cosas de bacon con jamón, queso y una cosa parecida a la grasa pero mucho mas cancerígena sin duda. El primer mordisco fue sabroso, el segundo saturo mis papilas gustativas al punto en que sólo distinguía la comida muy salada del resto. Luego empecé a notar como la grasa me iba llenando el organismo... La masa de la base era casera, y mas parecía un bizcocho que un pan de los que hacen en España. Cosa buena, si no fuera por la capacidad del bizcocho para realizar el llamado efecto esponja. Cuando este efecto es entre una magdalena y la leche, todo va bien. En cambio, cuando esta ultima es sustituida por aceite... la bomba.
Eso sí, hay que reconocer que hay mucho merito en conseguir esa sensación de plenitud por solo 3.50$. Supongo que con dos cachos podría conseguir tener resaca, y con cuatro quizá no necesitara comer nunca mas. ¿Lo aguantara mi hígado?
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